Era lungo y delgado como alambre;
siempre de traje azul y portafolio;
con un pibe mordido por la polio,
una mujer histérica y el hambre.
Yugaba como un buey y su desgracia,
reflejada en el brillo de su traje,
la arrastraba al volver del corretaje
para dejar la guita en la farmacia.
Lo que pasó después fue inesperado.
Un domingo a la noche, ya cansado,
decidió que espicharan los tres juntos.
Le dio manija al gas, cerró con llave...
y en la mesa quedó como una clave
la boleta del Prode con tres puntos.
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